miércoles, 22 de agosto de 2007

Belleza minimal

Un centímetro de tu piel,
empedrado de poros y vellos transparentes
al lente escudriñador de mis pupilas hambrientas,
se retuerce de muerte por el calor
de esta reseca mirada ultrajante.

Mis ojos son fieles como perro moribundo,
si, fieles al hostigamiento incesante
sobre esas tus gigantescas pequeñeces;
eres un mosaico de carnes blandas
y yo tu dios; que puedo separarte
pedazo a pedazo y volver a juntarte
adentro y afuera del reflejo
en el sucio marrón de mi vista cansada.

Saco mi lengua de fuego fundida
de esta boca en aguas inundada y te recorro,
te recorro con ella, tu, toda erizada,
el bosque rubio de esa rosada
e ínfima superficie.
Tiempo muerto


Es tarde ya. Se ha ido.
Y en el andar hacia la puerta notas que ha dejado
una blusa, un par de sandalias y un espejo roto.
Sabes que los recuerdos son graduados con honores
en la Universidad de la Tortura
y que no hay nada más peligroso que uno de ellos
adueñándose de una blusa, de un par de sandalias, de un espejo roto.
Y eso es solo con objetos dentro de la casa,
además de haber hecho el amor en cada rincón;
sobre la mesa donde comes, dentro del armario donde buscas la ropa
y sobre la máquina donde la lavas.
Y esos solo son lugares dentro de la casa.
Lo peor es que en cada casa que visites veras mesas, máquinas de lavar ropa,
armarios, y en última instancia, sandalias blusas y espejos.
Cada tarde sabrás que antes miraban al horizonte dos pares de ojos
y cada mañana que cuatro orejas escuchaban a los ruiseñores.
Y tus amigos los “graduados” se ocuparán de hacértelo saber.
Vivirás la vida acostándote con mujeres a las que imaginas como si fueran ella,
incluso en algún momento de pasión desenfrenada dirás su nombre por accidente,
pero te exculpará alegar(aunque casi nunca funciona)que son errores humanos
y que cualquiera mete la pata, aunque lo que extrañes sea meter algo y no precisamente la pata
y no precisamente con esa mujer con quien estás.
Sabes que el peor enemigo de los recuerdos es el whisky, así que compras una botella
de “matagraduados” solo para joderte la mente al otro día,
porque es quien quieres olvidar, quien de daba masajes en la espalda
en las mañanas de resaca. Así verás que es imposible escapar
y quizás cuando siga pasando el tiempo y veas que no se borra con el olvido
la imagen de esa mujer, de ese hombre,
aprenderás que el secreto de ser un poco feliz en la vida
es el de firmar un contrato justo con la memoria
y atenerse a las cláusulas inevitables de soledad.
Te sueño como bosque


Tu cuerpo es un bosque perdido,
alberga musa lúgubre mi rostro errante
que me pierdo en la espesura de tus penachos de pelo verde,
cuidadosamente esparcidos con orden natural, divino.
Sosiego a mi exhausto devenir son las cascadas dulces
chorros de la boca tuya
empedrada de perlas finas.

El sol te sale por encima del hombro izquierdo
y yo, que dormía en la colina de tu pecho,
he despertado hambriento y asustado,
porque me sueño perdido en tu espesura infinita
sin noción de tiempo ni espacio;
que el ahora parece un nunca y el aquí es como el allá
en la excéntrica revolución del orbe tu cabeza.

Y del riachuelo crecido que te baja el vientre
justo encima de la caverna oscura ombligo ahondado
soy marino náufrago entre corrientes arrastrado
de los sudores fríos y pasmados que hienden el vientre puro,
pedazos de piel la tierra virgen que yace
dormida entre esas dos columnas de troncos las piernas,
troncos pedestales del duro granito, músculo tensado.

Nueve dedos al crepúsculo insomne, crispados
y el décimo, señalando al aire los ventarrones helados de mi boca.
Amenazo con congelarte el paladar de hojas secas del cielo de tu boca,
soy ventisca adormecedora en la sombra del follaje tibio.
Sólo ahora eclipsará tu luna el ritmo pendular de mis azotes
y arrasaré con perdición entre los vellos amarillos, canastas de sol
para ser tu y yo una sola tierra, un solo bosque, el mismo río.
La cintura y lo demás


Unas caderas derrumbadas en la cama
derrotadas y maduras
blandas como una pera horizontal;
dulces, chorrean sudor y miel
y sal y vino y agua.

Unas caderas azotadas
por la inclemencia del tormento
que las hunde en mar blanco de sábanas,
que las consume hasta reducirlas
a cenizas, polvo, tierra.
Unas caderas que no son mías, que son de nadie
Unas caderas sin nombre,
montañas de plata a luz de luna.